El poeta, Premio Nacional de Literatura 2000, Raúl Zurita (70), fue reconocido con el XXIX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana del año 2020, uno de los galardones más relevantes en términos de la poesía en español y portugués.
De esa manera, el poeta se transformó en el tercer autor chileno en ser reconocido con este premio, sumándose a la lista liderada por Gonzalo Rojas (1992) y Nicanor Parra (2001).
Compartimos con ustedes su poema “El desierto”
El desierto
Abajo las infinitas piedras del desierto, montañas de
piedras, laderas, infinitas piedras sobre el desierto
como un mar. Arriba el cielo, el cielo azul que cae. Las
piedras gritan al estrellarse con el aire, con el cielo que
cae.
El desierto grita. Hay un muro de cal con nombres.
Hay un muro blanco y pequeñas botellas con flores de
plástico que gritan al doblarse bajo el viento.
Un poco más lejos hay un barco. Nadie diría que puede
haber un barco en el medio del desierto. Es un barco
grande, herrumbroso, recostado encima de las piedras.
Nadie lo diría, pero está allí. El mismo cielo que cae
sobre las piedras cae sobre él. Todas las piedras gritan.
Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto
puede ser, pero gritan.
Hay un barco en medio del desierto. Un barco
reclinado sobre las piedras del desierto y arriba la losa
a pique del cielo. El océano invertido del cielo cae
sobre las piedras y éstas gritan. Nadie, salvo las
piedras son capaces de gritar así. Mireya se tapa los
oídos para no oír el chillido del desierto. Chile grita, el
desierto de Chile grita. Mireya acumula pequeñas
flores de plástico frente a un barco arrumbado en el
pedrerío.
Están las costas, las tercas costas sin mar trepando para
atrás sobre las olas muertas de los cerros.
Mireya dice que es la madre de Chile. Que es la madre
de un barco reclinado en medio del desierto.
De lejos parece una mancha negra, pero es un barco.
Debajo las piedras amontonadas contra su casco
asemejan olas. Pero no son olas, son solo piedras y
gritan. Las rompientes encaramadas gritan. Está
también el sol cayendo a pique y flores de plástico
coloreadas como soles minúsculos. Está el mar del
desierto, está el mar de piedras del desierto hirviendo
frente a Chile.
Están las diminutas flores y las costas gangrenadas del
mar reseco.
Mireya les pone nombre a cada una de esas flores.
Ante el barco parecen minúsculos soles despidiéndolo.
El desierto grita, el puerto reseco grita, el mar de
piedras grita azotado por el viento. Mireya le pone
flores a la tripulación de un barco herrumbroso y
negro. Cada flor tiene un nombre y se doblan juntas
como pañuelos despidiéndolo. Mireya dice que es la
madre de un barco de desaparecidos arrumbado en el
desierto. Dice que el barco es Chile, que una vez fue un
barco de vivos, pero que ahora surca el mar de piedras
con sus hijos muertos.
Las flores se doblan. Oleadas y oleadas de piedras
chocan contra los bordes de un casco herrumbroso.
Hay un puerto reseco y un barco con una tripulación
de muertos encallado en la mitad del desierto. Mireya
dice que son sus hijos. El mar de piedras grita.
Chile encalla y naufraga en el pedrerío reseco de las
olas.
En las noches del desierto hay bruma, pero ahora es el
sol. Las piedras hierven bajo el sol y se clavan contra el
casco herrumbroso. Inmóvil el barco parece hundirse.
Nadie diría que un barco puede hundirse en medio del
desierto, pero se hunde. Vendrá en la noche la bruma,
pero ahora es el sol.
Hay una cruz. Hay un barco herrumbroso y negro que
naufraga sobre las piedras.
Quién diría de un país con una cruz hundiéndose en el
desierto. Quién diría de la noche sepultándose en la
mitad del día. Quién de una tumba clavada en medio
del día lleno de sol.
La noche se hunde en medio del día. Mireya dice que
hay un barco Heno de muertos hundiéndose en el
desierto.
Un país de desaparecidos naufraga en el desierto. La
proa de los paisajes muertos naufraga hundiéndose
como la noche en las piedras. El sol ilumina abajo una
mancha negra en el medio del día. En la distancia
parecería solo una mancha, pero es un barco
sepultándose a pleno sol con su noche en los
pedregales del desierto. Si ellos callan las piedras
hablarán.
Mireya dice que todos callaron y que por eso gritan las
piedras del desierto. Que gritan, que las flores son
también pequeñas piedras gritando cuando se doblan
frente a un barco de muertos.
El barco se hunde. Las áridas rompientes se
amontonan cayendo sobre Chile y chillan, las olas
chillan, el terroso mar chilla. Mireya le pone flores a la
tripulación de una patria de muertos encallada en la
mitad del desierto. Dice que fue el silencio de todos la
tumba y que por eso las piedras gritan tapiando la
nave difunta de estos paisajes.
Un mar de muertos se está hundiendo entre las
piedras. El sol a pique ilumina una noche que
desciende en el sepulcro del desierto. Está la mancha
como una fosa. El barco desciende, los paisajes muertos
descienden mientras las empedradas olas se cierran
arriba tapiándolos. Está la noche en medio del día,
están las piedras que gritan.
Está la bruma de la noche del desierto hundiéndose en
pleno día. El barco muerto se hunde bajo la bruma de
las piedras y éstas chillan. Chile naufraga y el mar
reseco se cierra cubriéndolo, se cierran las olas de
piedras y gritan.
La noche herrumbrosa y negra se hunde gritando en el
desierto.
Un barco de desaparecidos se hunde y las rocas
muertas se cierran encima chillando. Mireya se tapa los
oídos y pone flores de plástico frente a la fosa de las
costas muertas, de la noche muerta, de sus hijos
desaparecidos y muertos en los océanos piedra del
desierto de Atacama.
Naufraga, se hunde. El barco herrumbroso se hunde y
el desierto se cierra sobre él cubriéndolo. Se cierra y
Chile se hunde, la cornisa muerta del Pacífico se
hunde, la proa muerta de los paisajes se hunde
mientras las piedras cayéndoles encima gritan que
nada está vivo, que ya nada vive, que si uno murió por
todos es que todos están muertos.
Los arenales muertos se cierran, la tumba de los
paisajes muertos se cierra.
Las resecas olas se cierran. Mireya dice que hay un
barco en un tierral de muertos. Que está allí, que una
vez hubo un país, pero que ahora es sólo un barco
tapiado bajo el mar muerto de sus paisajes.
Dice que si uno murió por todos todos los mares
muertos son uno, las costas muertas son una, las
clamantes piedras son una y que es el silencio la roca
que tapió el sepulcro de los paisajes. Ella dice que uno
murió por todos y que por eso hasta las piedras son el
cuerpo que grita mientras se clavan las llanuras
muertas sobre Chile.
Todo ha sido consumado. El casco herrumbroso y
negro desaparece en el mar de piedras. El cielo cae
encima de ellas y éstas gritan. Hay un muro blanco
rayado con nombres y flores de plástico abajo. Hay una
llanura y las rompientes resecas del cielo que caen
derrumbándose igual que un tierral de muertos sobre
el sepulcro de los paisajes. Todo ha sido consumado.
Mireya dice que todo ya ha sido consumado.
Las rugosas rompientes caen, el mar difunto cae como
un montón de tierra. Los paisajes muertos caen como
mares de tierra.
Hay un barco de desaparecidos y muertos y encima las
piedras del desierto. Hay un muro blanco de cal con
nombres y detrás el océano de tierra cayendo sobre las
últimas planicies. Mireya dice que ya todo ha sido
consumado y deja pequeñas flores de plástico sobre la
planicie del pedregal que expira, ella dice que es el
último mar y que expira.
Que son las últimas piedras sobre un barco de muertos
y que expiran. Que Chile expira. Que solitario es usted
el último grito que expira bajo el INRI final de los
paisajes.
In memoriam
Hay un barco en el desierto. Quién diría que esto
puede ser, pero hay un barco herrumbroso y negro
hundido en el desierto.
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